Budrys, Algis Quien 

[ Pobierz całość w formacie PDF ]

148
«Debo recordar», pensó. «Debo recordar ofrecer mis excusas a Edith y
Bárbara si alguna vez salgo de aquí. Debo recordar que tengo que salir de
aquí.»
Azarín sonrió una vez más.
- ¿Un vaso de té?
«Debo pensar en ello», se dijo. «Si tomo té, tendré que abrir la boca. Si lo
hago, ¿seré capaz de cerrarla de nuevo?»
- No tenga miedo, doctor en ciencias Martino. Ahora todo está en orden.
Nos sentaremos, hablaremos y yo le escucharé.
Se sintió empezar a hacerlo. «Debo recordar aquella vez que no fui a la
clase... y a Johnson», pensó frenéticamente.
«¿Por que?», se preguntó.
«Porque el K-Ochenta y ocho no debía ser un soborno.»
«¿Qué quería decir eso?»
Se oyó pensar a sí mismo fascinado, absorto en ese fenómeno de dos
impulsos opuestos en un solo mecanismo, y se preguntó cómo lo conseguía
exactamente, qué clase de circuitos se hallaban mezclados en ello y si
operaban en verdad simultáneamente o si usaban alternativamente los mismos
componentes.
- ¿Está usted jugando conmigo? - gritó Azarín -. ¿Qué hace usted detrás
de esa máscara? ¿Se ríe de mí?
Martino miró sorprendido a Azarín. ¿El qué? ¿Qué había hecho?
No pudo preguntarse cuánto tiempo había llevado completar toda una serie
de pensamientos. No le parecía que hubiese transcurrido mucho tiempo desde
la última pregunta de Azarín, y tampoco comprendía que cualquier hombre que
le mirase no podía ver otra cosa sino una figura de cara grave e implacable,
con un brazo de metal yaciendo tranquilamente, pero siempre en disposición
de aplastar.
- ¡Martino, no le he traído aquí para que haga comedias!
Los ojos de Azarín se entrecerraron súbitamente. Martino creyó advertir
miedo debajo de la cólera, y eso le dejó muy perplejo.
- ¿Ha planeado Rogers esto? ¿Le ha enviado deliberadamente?
149
Martino empezó a sacudir la cabeza, intentó explicarse. Pero se reprimió.
Se le ocurrió la idea dé que no había necesidad de hablar con aquel hombre,
que había atraído ya toda la atención de Azarín.
El teléfono sonó, con la chillona insistencia con que siempre sonaba
cuando el telefonista ponía en comunicación a Novoya Moskva.
Azarín tomó el aparato y escuchó.
Martino le observó sin la menor curiosidad mientras los ojos de Azarín se
abrían cada vez más. Al cabo de un rato, Azarín depositó el aparato, y Martino
continuó con su misma actitud de siempre. La abatida voz de Azarín murmuró:
- Heywood, su compañero de universidad, se ha ahogado seiscientas
millas demasiado pronto.
Y Martino no tuvo noción alguna de lo que había querido decir.
Martino permanecía inmóvilmente sentado en el Tatra cuando se
acercaban a la línea fronteriza. El hombre del S.S.S. que había a su lado, un
asiático llamado Yung, se daba demasiada prisa en interpretar cada uno de sus
movimientos como una invitación a practicar su inglés convencional. «Tres
meses malgastados», pensaba Martino. «Todo el programa debe estar
atascado ahora. Sólo espero que no hayan tratado de reconstruir aquella
particular configuración»
Recorrió su mente en busca del modificado sistema que casi estaba seguro
había concebido en el hospital. Durante las dos últimas semanas había
intentado desesperadamente recordarlo, mientras trabajaban en él Kothu y un
terapista. Pero no había conseguido en absoluto aferrarlo. Varias veces había
creído lograrlo, pero su memoria era fragmentaria e inútil.
«Bien, pensó cuando el coche se detuvo, el terapista me ha dicho que
tendría complicaciones durante algún tiempo. Pero acabaré por recordarlo.»
- Ya hemos llegado, doctor Martino - dijo alegremente Yung, sin abrir la
portezuela.
- Sí.
Miró la entrada con portillo y a los guardias soviéticos. Más allá, pudo ver a
los soldados aliados. De un coche descendieron dos hombres.
Empezó a caminar hacia ellos. «Habrá problemas», se recordaba a sí
mismo. «Estos hombres no están acostumbrados a mi aspecto. Les costará
tiempo habituarse.»
150
Pero tenía la seguridad de que acabarían habituándose. Porque creía que
un hombre era algo más que una serie de rasgos. Pronto empezaría a trabajar.
Eso le mantendría atareado. Si no podía recordar la idea que se le había
ocurrido en el hospital, siempre podría trabajar en otra cosa.
«Lo he pasado muy mal», pensó mientras cruzaba el portillo. «Pero no he
perdido nada.»
FIN
151 [ Pobierz całość w formacie PDF ]

  • zanotowane.pl
  • doc.pisz.pl
  • pdf.pisz.pl
  • showthemusic.xlx.pl
  • © 2009 Silni rzÄ…dzÄ…, sÅ‚abych rzuca siÄ™ na pożarcie, ci poÅ›redni gdzieÅ› tam przemykajÄ… niezauważeni jak pierd-cichacz. - Ceske - Sjezdovky .cz. Design downloaded from free website templates