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pensó haber visto las sendas de cristal más imperceptibles...
A veces sus pensamientos se dirigieron ansiosos, pero culpables (como si se tratase del fruto
prohibido) a los intrincados pasillos de cristal del mundo de los espejos, secreto universo de
diamantes, y a sus sueños sobre él: habitaciones sin fin y salones de techos y suelos forrados de
transparencia. Pensó en los curiosos individuos perdidos entre los espejos, en los que vivían a la
deriva en su interior, pensó en músicas cristalinas, juegos de vidrio, orgías y derrotas a todos los
niveles, en millones de arañas refulgentes y en caminos de diamantes hasta las estrellas más
lejanas...
Y a menudo pensó en Nina y la extrañeza de su relación: dos átomos marcados por un encuentro
y ahora reunidos en medio de trillones de trillones de átomos iguales del universo. ¿Tardó el
amor diez años en crecer, o diez segundos? También dio vueltas a estos pensamientos, mientras
tecleaba el piano, movía los peones y enfocaba los objetivos.
Hubo momentos de duda y miedo. Nina podía ser la encarnación del odio, una araña de color
negro azabache tejiendo la tela de cristal. Desde luego, era lo desconocido, aunque sentía que la
conocía bien. Había habido aquellas primeras muestras de psicosis, y una inquietud felina, y
aquella primera expresión de su rostro, enfermo de horror. Pero eran sólo detalles insignificantes.
Cada una de las restantes noches se vistió con una atención inusitada: el traje negro recién
cepillado, la camisa blanca, la corbata negra cuidadosamente anudada. Le agradó no tener que
cambiar el color de su traje para que hiciese juego con el vestido.
La primera noche estuvo casi seguro de su sonrisa.
La siguiente noche estuvo completamente seguro. Ahora estaban las dos figuras en el primer
reflejo y pudo ver su propio rostro de nuevo, casi a un metro de distancia. Él también sonreía. La
expresión de horror había desaparecido.
La mano de Nina, envuelta en el guante negro, estaba posada sobre su hombro, con las puntas de
los dedos tocando el cuello blanco. Ahora parecía el gesto de una amante.
La noche siguiente volvió por fin el viento, soplando con mayor y mayor violencia. No había
nubes y las estrellas saltaron y juguetearon incontroladas por las lentes. El vendaval removía y
agitaba sus destellos, que parecían ramas de cristal. El cielo era una gran ráfaga de aire salpicado
de luces. No podía recordar un temporal como aquél. A las once casi le había echado del tejado.
Pero él siguió allí.
En lugar de acobardarse, le llenó de un terrorífico nerviosismo. Sintió que podría subir al aire y
ser transportado ligera y suavemente a cualquier punto que desease del cosmos incrustado de
diamantes. Sólo que tenía otra cita.
Cuando por fin entró, temblando de frío, y se quitó el abrigo de lana, oyó unos crujidos y
choques, fuertes y espaciados.
Cuando bajaba la escalera, todo estaba oscuro y los crujidos eran más fuertes. Comprendió que la
gran araña del rellano se balanceaba con tanto recorrido que estaba rompiendo las vidrieras,
astillando los cristales que quedaban. Todas las bombillas se habían fundido.
Tanteó el camino hacia abajo pegado a la pared, para evitar las mortales cuchilladas de la araña.
Sus dedos tocaron una suavidad absoluta. Era cristal. El cristal se onduló un instante,
hormigueando en sus dedos; oyó una respiración ronca e irregular, y el siseo de una seda; le
rodearon unos brazos delgados y un cuerpo de mujer se oprimió contra el suyo; unos labios
hambrientos buscaron los suyos, primero a través de un velo seco, seco, atormentador y
excitante, luego carne a carne.
Pudo sentir entre los dedos la suavidad de una seda pesada, y bajo ella unas costillas ligeramente
carnosas.
Todo ello hundido en una oscuridad eterna y en un desorden salvaje. Desde el fondo de este
último, sonaron las campanadas de medianoche.
Una mano subió por su espalda y unos dedos enguantados rodearon su cuello. Cuando sonaron
las últimas campanadas, uno de los dedos se puso cruelmente rígido y tenso y se hundió bajo el
cuello de la camisa, atrapando la corbata como con un gancho. Le levantó. Un dolor terrible
estalló en la base de su cuello. Luego los estallidos le desbordaron.
Cuatro días más tarde, el policía que patrullaba tras la verja encontraba el cuerpo de Giles
Nefandor, a quien conocía de vista, pero nunca en una vista como aquélla, colgado de la araña de
hierro forjado, sobre un rellano nevado de fragmentos de cristal. Hubiesen sido más de cuatro si
un ajedrecista de la ciudad, que jugaba una partida por correspondencia con el famoso anacoreta,
no hubiese alertado a la policía al no obtener respuesta a su última postal, enviada hacía diez
días.
El policía informó sobre el desagradable estado del cuerpo, sobre el brazo de la araña de hierro
forjado introducido a través del nudo de la corbata, sobre los fragmentos de cristal y sobre otros
detalles.
Pero nunca informó sobre lo que vio en uno de los dos espejos de la escalera cuando lo miró
detenidamente en el momento en que su reloj de pulsera señalaba las doce de la noche. Había
una serie de reflejos de su propio rostro asombrado. Pero en el cuarto reflejo había dos figuras,
dándose la mano, que le miraban por encima del hombro y le sonreían con malicia. Una de las
figuras era la de Giles Nefandor, aunque más joven de como le recordaba en sus últimos años. La
otra era una mujer vestida de negro, con la parte superior de su rostro cubierta por un velo.
EL NÚMERO DE LA BESTIA
Me gustaría... dijo el Joven Capitán, jefe de policía de Chicago Alto, el turbulento satélite
colocado sobre el meridiano centro-oeste de la parte terrestre de la ciudad . Me gustaría que las
razas telepáticas de la galaxia no fueran siempre tan veraces y silenciosas.
¿Tus cuatro sospechosos son telépatas? preguntó el Viejo Teniente.
Sí. Y también me gustaría tener más de media hora para decidir a cuál he de acusar. Pero
Tierra ha metido la nariz en el asunto y está presionando. Si no lo puedo deducir razonando, lo
tendré que hacer a ojo. Me conceden solamente media hora.
En ese caso no deberías perderla con un viejo cascarrabias retirado como yo.
El Joven Capitán negó decididamente con la cabeza.
No. Tú piensas. Ahora tienes tiempo para hacerlo.
El Viejo Teniente sonrió.
A veces me gustaría no tenerlo. Y dudo poder darte alguna pista sobre los telépatas, Jim. Es
cierto que últimamente he estado estudiando por mi cuenta los sistemas de pensamiento
extranjeros con Kla-Kla el marciano, pero...
No he venido a ti en busca de un especialista en telepatía puntualizó el Joven Capitán
rápidamente.
Muy bien entonces, Jim. Tú sabrás lo que haces. Oigamos tu caso. Y ponme al corriente del
asunto. No estoy muy al tanto de las noticias.
El Joven Capitán le miró con escepticismo.
Todo el mundo en Chicago Alto ha oído algo del asesinato, cometido en la persona del
delegado del partido pacifista arcturiano, a menos de cien metros de aquí.
Yo no he oído nada dijo el Viejo Teniente . ¿Quienes son los arcturianos? Créeme, para
un vejestorio como yo, el ahora es solamente un período histórico más. Mejor será que consultes
a otra persona, Jim.
No. Los arcturianos son los primeros humanoides de origen inconexo que han aparecido en la
Galaxia. Inconexos con los humanos de la Tierra porque, aunque son mamíferos bípedos sin
pelo, tienen tres ojos, y seis dedos en cada mano. Una de sus hembras protagoniza actualmente
ese escándalo burlesco de «La estrella y la liga».
También en mis tiempos la policía hubiese pensado que no convenía quitar el ojo de un asunto
como éste dijo el Viejo Teniente, asintiendo . ¿Los arcturianos son telépatas?
No. Luego hablaremos de la telepatía. Los arcturianos están divididos en dos partidos: los que
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© 2009 Silni rzÄ…dzÄ…, sÅ‚abych rzuca siÄ™ na pożarcie, ci poÅ›redni gdzieÅ› tam przemykajÄ… niezauważeni jak pierd-cichacz. - Ceske - Sjezdovky .cz. Design downloaded from free website templates